martes, 1 de mayo de 2018

Vieja loca

El flan perfecto envejece. Se lo avisan el calendario y el cuerpo; los cambios de ciclo y los mundiales; el peso del archivo y los alcances de la nostalgia.
Envejece en su barrio, sugiriendo una prematura vuelta al origen o el primero de muchos regresos, a paso cambiado con las izquierdas latinoamericanas.

El flan perfecto se renueva. Debe ser el aire, las caras conocidas o el amor tanguero barrial que de tan irracional adquiere cierta mística.
Se renueva porque el letargo es tan cómodo y seguro como la muerte.

El flan perfecto envejece. Se lo avisan algunos sueños truncos y el sueño que trunca sus noches; la repetición en todas sus variantes; sorpresivas epifanías que guarda siempre bajo la alfombra.
Envejece en su mundo que es bien chico, como su coraje, como su capacidad conmoverse y pasar a la acción.

El flan perfecto se renueva. Quizás no sea tan vistoso como cambiar el auto pero puede que aligere la marcha.
Se renueva y se recicla, como su casa que lo aventaja y que lo vigila desde panópticas manchas de humedad.

El flan perfecto envejece. Se lo avisan los secundarios que marchan para tomar una posta que él ni siquiera les dejó.
Envejece en una democracia joven y corporativa, que hace pie en los más oscuros prejuicios de la clase media y descansa en el frío arte de la represión.
El flan perfecto tiene oscuros prejuicios, como todos, pero con ellos no se hace la política y aquí nadie pareciera saberlo.

El flan perfecto se renueva, porque le asusta ver hasta que punto se olvidó de lo artesanal.



domingo, 16 de marzo de 2014

Hagan algo

El flan perfecto se convierte en un suspicaz lector de la prensa independiente y de doce horas de debate parlamentario extrae la dipersión de Boudou jugando al sudoku, como metáfora perfecta de la vagancia oficial, extendida al resto de la población con sus prácticas clientelares. "Prefiero un país sin haraganes aunque para lograrlo algunos miles mueran de hambre. Es el sacrificio necesario si queremos un país normal", se define políticamente el flan perfecto, dispuesto a recuperar lo bueno del kirchnerismo y a dejar atrás lo malo, como Massa, que era lo bueno del kirchnerismo.
Se convierte también en panelista penalista sin tener que soportar el tedio de leer un texto completo. Y para qué estudiar el anteproyecto si diarios regionales sostenidos con fondos obtenidos del reciclaje de pilas como Clarín y La Nación le resaltan los puntos principales. El razonamiento del flan perfecto sigue del siguiente modo: "Los vagos creados y mantenidos por este gobierno son tan delincuentes como ellos, y juntos festejarán en una orgía de choripanes y planes sociales pisando el cédped de la plaza de mayo cuando se apruebe el nuevo código penal que los exonerará de todo y condenará con prisión perpetua a todo pensador independiente, como Alfredo Casero o Joquín Morales Solá".
Redondito, piensa el flan perfecto cada vez más agudo, dispuesto a darle batalla a las columnas dominicales de Alejandro Berenztein.
Pero no todo es una pelea de egos, no mientras la batalla cultural esté en marcha. No mientras "la reina", poseedora exclusiva del síndrome de hubris, nos quiera convencer de que el gasto social en realidad es una inversión. No mientras la yegua nos quiera convencer de que mejor que tener la plata de los jubilados en manos de especuladores privados es utilizarla con el engañoso concepto de generosidad intergeneracional.
El flan perfecto es zonzo pero no boludo y no dudará en sumarse a la recolección de firmas si peligra la república. Antes de despedirse les pide a los lectores que si algo pasa, si lo sacan del ciberespacio, que hagan algo. "No les pido que lo hagan por mí. Se los pido, pero para que hagan algo por ustedes", concluye sabiendo que unos cuantos traidores lo tildarán de destituyente.



jueves, 16 de enero de 2014

Un evento colectivo

Ningún momento más oportuno para irse a vivir a la montaña, fantasea el flan perfecto, ahora que las palometas comen extremidades y los rayos no respetan la vida balnearia.
Ninguno más oportuno para cultivar su propio alimento y sus propias hierbas, ahora que Monsanto y el imperio de los narcos. Ahora que los formadores de precios, la puja distributiva y la emisión de dinero.
El flan perfecto no teme a la vida austera tanto como a los insectos, pero toma como parámetro al náufrago y concluye que a más tardar en dos años dominará la naturaleza y tendrá un físico privilegiado.
Mantenerse incomunicado redundará en palpables beneficios, ahora que los medios paraoficiales copan la parada y Dante Palma maneja la agenda mediática. Ahora que sobre Milani nos advierte Magnetto, siempre tan derecho y humano.
El flan perfecto se pregunta cómo abogar por la unidad latinoamericana y por la revolución bolivariana sin la cobertura emancipatoria del 3G. No concibe cómo ayudar a los que menos tienen sin indignarse en un truculento estado de Facebook. 
Pero la desesperanza no cabe cuando el sueño esta en marcha, cuando los viejos se van a vivir a la montaña y los jóvenes pelean. Algún día llegarán las buenas nuevas con el viento a tocar la puerta del flan perfecto, que aún solo podrá alegrarse por su pueblo y comprender, como todo demasiado tarde, que la felicidad es un evento colectivo.






domingo, 22 de septiembre de 2013

Nómade y sucio

El flan perfecto cambia de hogar como de calzoncillo, revelando un andar nómade y sucio, como el de los camiones de basura o el de Hugo Moyano. "Estoy hablando de política", aclara para los mal pensados que ya estaban telefoneando al Inadi. Muda sus años que pesan tanto como los muebles y que también llevan impresos golpes que los marcaron para siempre.
Cambia de barrio pero no de ambiente. Porque la clase media tiene copada la parte media de la capital y desde ahí lanza sus gritos y sus prejuicios que alcanzan a toda la república, o a lo que queda de ella, luego del flagelo kirchnerista. El porteño nace europeo y defiende lo suyo a capa y espada, porque tiene el puerto y tiene la aduana, y a los salvajes los manda bien al sur, con un egoísmo que navega las aguas de la indiferencia y se deposita en las urnas.
El flan perfecto recibe la primavera y piensa que después de un año de traslación terrestre, pasar de Palermo a Villa Crespo no debería siquiera mencionarse. Pero las hormigas ven lo que su altura les permite y el jardín de edificios mal podados es todo para ellas.
Despierta lentamente del eterno sueño noventista, pero en la tele está Massa y la confusión es inevitable. Despierta lentamente porque los encargados de levantarlo también se quedaron dormidos y gritarles a esta altura puede ser peligroso.
Cuando arranca la primavera y llueve, el flan perfecto ya no va al parque a sentirse un secundario, saca las macetas al balcón, les cuenta la historia de los vencidos y, viendo el agua caer, espera que florezcan mil flores.






sábado, 22 de diciembre de 2012

Alma de cucaracha

El flan perfecto sobrevive al fin del mundo y a los saqueos, fiel a su alma de cucaracha. Avanza como un zombie, aferrado a pensamientos básicos e instintivos, pensando que quizás comer un par de cerebros en esta época no sea tan grave y que ante eventuales reveses judiciales siempre es posible obtener una cautelar. Avanza como un zombie, pensando sólo en el consumo, como hizo durante su vida humana, con un apetito que escapa a su entendimiento.

El flan perfecto es también el hombre que subyace. Persigue objetivos como si le fueran propios. Ahorra para consumo futuro y aunque los zombies no lo entiendan eso le da felicidad. Es el hombre que estudia, trabaja, paga alquiler, mira tele, admira filósofos y está lleno de prejuicios. Ensaya divertidos juegos de mente que lo distraen por horas, días y años. Hasta puede que obtenga un diploma y logre sobresalir entre otros hombres zombie para garantizarles el hambre y las bondades de la muerte, sin saber que el hambre del corazón es mucho más grande y que es difícil de llenar cuando se vive secando el alma para guardarla en papel film.

El flan perfecto vive los tiempos que vive para reconciliar al hombre con el zombie. Para trazar objetivos comunes que hasta ahora se parecen poco y nada. Porque el hombre es una máquina diseñada para luchar por lo que no tiene sentido y para eso hacen falta unas cuantas banderas. Para ocultar la más grande, que de tan grande gira con la tierra y sólo la ven desde el espacio unos cuantos alienígenas.

El flan perfecto vive los tiempos que vive para cuidar al zombie de la acción del hombre. Porque los zombies comen cerebros pero escriben poesía, y no hay tiempo para descifrarla cuando existe la amenaza de otros hombres.

El flan perfecto no va a esperar otro fin del mundo para replantear sus prioridades, ni va a sentarse frente a la televisión para que le digan cómo hacerlo. No hasta que salga Bonelli y lo reemplace un verdadero zombie.

sábado, 22 de septiembre de 2012

El árbol de la vida

El flan perfecto está preocupado por el tema de la desinversión que plantea la ley de medios. No leyó el texto completo pero salió con la cacerola a defenderse, junto con los blogueros asociados y columnas violentas de sus clubs de fans. Se calzó una remera con una flecha apuntando hacia el Sur y la leyenda "regulame ésta", para demostrar que se puede protestar y tener clase al mismo tiempo.
Quizás no sabe que pelea en contra de sus intereses, pero al flan perfecto más le vale cacerola en mano que vivir votando.
De todos modos, se propone vivir esta crisis de existencia estoicamente, demostrando vocación, entregado al trabajo, como los violinistas del Titánic justo antes de hundirse en la frialdad del océano y del cine hollywoodense.
El flan perfecto arranca la primavera con un ánimo contemplativo renovado, adquirido en las famosas meditaciones de Ravi Shankar, sabido consejero político de nuestro excelentísimo jefe de gobierno. Por otro lado, las chicas y sus atrevidas vestimentas de estación fomentan el estado referido y eventuales babeos que pasarán a engrosar el caudal del arroyo Maldonado.
Pero no todo es mirar escotes o hacer cualquiera con el Borda, también se puede adoctrinar chicos y luego darles derechos que no sabrán manejar, como el voto a los dieciséis, o una adecuada educación sexual.
Más allá de la clásica y punzante lectura de la actualidad, el flan perfecto abarca también asuntos metafísicos y filosóficos. Porque la vida es como un árbol y no es más sabio el que alcanza la rama más alta, sino el que entiende mejor a toda la copa. "Sería algo así como estudiar comunicaciones", aclara, alcanzando y dominando la rama del humor, imponiendo un nuevo estándar de calidad para los jóvenes del stand up. "Búsquense un trabajo", les diría un tío medio fascista del flan perfecto, Parrilla al Cabrón.
A modo de despedida, pone a disposición del lector un mail para denunciar blogs más entretenidos, dispuesto a enviarles a la Administación Federal de Ingresos Públicos si fuera necesario. "No es persecución", explica, para los eternos mal pensados de Página 12. La dirección se encuentra en la página de perfil y cualquier chica de medidas proporcionadas podrá también dejar su teléfono para que la denuncia sea atendida de inmediato. "No es discriminación", vuelve a aclarar y oscurece por completo.

jueves, 31 de mayo de 2012

Huida y deforestación

El flan perfecto aparece con el último aliento del otoño templado, concluyendo que el calentamiento global no puede ser tan malo si redunda en inviernos más cortos. "Hay que pensar en el bien común", dice mirando de refilón a unos cuantos desalmados que trabajan para Greenpeace y para la selva chaqueña. Hay actitudes que no comprende, en el marco de una estricta escala de valores, pero se consuela pensando que si no se ajustan a los intereses del pueblo pronto serán expropiados y manejados por un buen funcionario de gobierno.
El flan perfecto aparece también en un acto simbólico y de presencia, no sea cosa que unos cuantos ingleses vean un espacio deshabitado y se erijan en armas y en gobierno. "Como una vez le pasó a mi tía Pocha, que alquiló carpa por quincena en Mar del Plata y al cabo de dos días nublados que hizo centro, un puñado de hombres-Beckham ya se había instalado e izado su bandera", comenta para poner el asunto en un plano más cotidiano.

Se relee el flan perfecto y lo asalta la congoja, descubre en sus dichos partículas de odio dispuestas a atascarse en los corazones, junto al colesterol malo y a las flechas de Cupido. "Las palabras, como las cucarachas, llegan rápido y sin aviso pero no desaparecen ni con la bomba atómica", reflexiona y piensa seriamente en eliminar el archivo, vender la computadora y dedicarse a la deforestación. Al cabo de un momento resuelve que sería una actitud cobarde y que para cobardes ya están Caruso Lombardi y el Muñeco Gallardo. "Paradójico apellido para un hombre que rasguña a sus oponentes", señala mientras imagina una divertida pelea entre ambos.

El flan perfecto no quiere pecar de cholulo y se guarda las horas de pensamientos dedicados a la separación Cabré-Tobal para proponer temas más serios. Uno que le preocupa de sobremanera es la cantidad de gente que se la pasa hablando en el cine. Es cierto que no es asiduo, dados su ingreso y falta de acompañante, pero aun así cree que el tema se está desvirtuando, que ya era suficiente con el ruido a pochoclo y los reflejos celulares. Adjudica todo el asunto a la clásica postura de "me cago en el otro" y a la caída en desuso de los antiguos cafetines como punto de reunión. Como todo buen ciudadano no plantea un problema sin ofrecer una solución: se postula como acomodador de sala hasta que concluyan los avances y francotirador a pedido hasta el fin del largometraje. "F16 a D13", sentenciaría en su pantalla un avanzado sistema de buchoneo, para que instantes más tarde un certero disparo silenciado deje llorando a la muchacha del asiento D14 y aumente de manera infinitesimal el PBI per cápita.

Se pregunta el flan perfecto qué le anda pasando para pensar tantas cosas horribles, si aquel asuntito de la pérdida de su perro Puchi no lo estará afectando. Una lágrima comprueba sus más rebuscadas sospechas y regresa la idea de la huida y deforestación. Ahora con más fuerza, con el Chaco como un leve entrenamiento para el talado definitivo del Amazonas. Una vez más la idea de escapar se presenta como algo tangible en su corta vida, como si de veras significara un cambio. Como si no fuera la versión nómade de vivir con un miedo que a menudo lo paraliza y casi siempre lo deja mirando para otro lado.